26/06/2025
Sobre el barro
“Fea, es fulera, camorrera/ es muy fea la verdad”, canta Cordera, con la voz arrugada y actual, una canción que tiene mi edad, la edad del siglo, la edad del milenio. Esta versión de “Caroncha” te sacude, es imposible salir indemne después de escucharla. Cordera es tal vez más interesante ahora que en la época de mayor apogeo de Bersuit ¿Por qué? Porque los oyentes, como también los lectores o los espectadores, somos sádicos, nos alimentamos de la sangre de los artistas que nos gustan, queremos verlos sangrar, queremos hurgar con nuestras propias manos entre sus cicatrices. Y Cordera es un puñado de cicatrices. Él mismo lo dice en cada entrevista que da. Su cuerpo fue el depósito de toda la mierda que recibió (y seguramente tal vez dio, pero eso no nos interesa). Su cuerpo fue un templo del dolor, un testimonio del fusilamiento encarnizado que todo un país le propinó, en el piso, cobardemente. Su cuerpo es un sobreviviente de esa animosidad teledirigida. Su cuerpo canta, canta que la verdad es muy fea, que es fulera, camorrera, con la voz desgarrada. Canta que el niño bebé aprende una verdad que nunca más va a olvidar, una verdad que se vuelve callo, capaz de traspasar cualquier dimensión, cualquier tiempo: nada puede llevarte del lugar, todo te devuelve a esa infancia de barro y tubitos ensangrentados. 
Estoy hablando del disco De la cabeza al corazón, que publicó el invierno pasado. No solamente contiene reversiones de canciones viejas: la que sucede a “Caroncha” es “Abrazo de gol”, cosecha 2024. La más hermosa del disco. Es un homenaje a Maradona, coterráneo y coetáneo del músico, pero también un canto a sí mismo. Cordera se ve en el espejo de barro de Maradona: él también contiene multitudes. “Me quedé frío, mamá, ya no hay nada que hacer”, nos dice al oído, y no sabemos si el fusilado que canta es Maradona o es él. Después, o tal vez antes, el barro: “Ya sin respirar voy a retroceder (…)/ al mismo barro que me vio nacer”. Maradona es la humanidad, desborda y exuda humanidad en todas las lágrimas, en todas las miradas ausentes de los adictos que se callan y se esconden. Cordera es un músico al servicio de esa humanidad, de ese barro, de esa verdad vuelta callo: nada puede llevarte del lugar. 
Sobre la sencillez
En “Plegaria desvelada”, María Elena Walsh le pide a su mamá que le dé el sueño que le daba en la infancia cuando llovía. Es una plegaria casi epistolar, quiero decir, no destinada a Dios, sino a su mamá, si es que ambas figuras pueden escindirse en esas nebulosas madrugadas de desvelo que la atormentan. La voz lírica que vive entre las líneas de De puño y letra (1976) reza por un sueño de paz y no de pas-tillas. Incluso en ese abismo trasnochado encuentra la trenza lúdica que la haga salir de ese lugar y volver, por qué no, a la infancia, a la lluvia, al sueño natural. A nadie se le ocurriría categorizar a De puño y letra como un disco infantil, pero María Elena no puede –procura no poder– desprenderse de los gramos de infancia. Hacia ahí, hacia ese no-lugar, va esa voz que canta: “Queda tan lejos/ volverme a ver/ en el espejo de la niñez/ Ay, qué difícil es/ mirar con sencillez”. El súmmum de esa melancolía aparece en el estribillo, que repite hasta vaciar de sentido el motivo inicial de los cuentos infantiles: “había una vez/ había una vez/ había una vez…”.
Vuelvo: la sencillez. Consultada por Gabriela Massuh, autora de Nací para ser breve. María Elena Walsh. El arte, la pasión, la historia, el amor (2017), sobre su pasaje de la poesía a la canción, ella responde que lo que determinó su oficio de cancionista fue su facilidad para versificar dentro de ese esquema, sentirse libre dentro de determinadas formas rígidas, mucho más rígidas que las del poema. A través de esa facilidad, dice María Elena, pudo “dar con la sencillez que había buscado, sin caer en la poesía pedestre”. Una sencillez asociada a la infancia y no a lo corriente. Una sencillez voladora.   
Tomas Zygier

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