24/05/2025

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana, una horda de soldados con trajes blancos caminan a la par. En simultáneo al sonido de sus pasos, una melodía inconfundible se reproduce en nuestras mentes a pesar de que apaguemos el volumen: "La Marcha Imperial” de John Williams; vital para la saga de Star Wars y un oportuno ejemplo para entender la importancia de la música en el cine. Un mundo en el que abunda el reconocimiento a los actores o directores de las películas pero pocas veces se extiende a los compositores de sus soundtracks.
Ennio Morricone es uno de esos nombres propios que marcó la historia del séptimo arte desde su faceta sonora. Falleció el seis de julio de 2020, cuatro años después de recibir su primer Óscar -luego de cinco nominaciones- por la banda sonora de Los ocho más odiados de Quentin Tarantino. Sin embargo, lejos está su trayectoria de ser marcada por esa premiación. Es dueño de composiciones icónicas como “Tema d'amore” para Cinema Paradiso o la canción principal de El bueno, el malo y el feo, sello distintivo de los Spaghetti Western y una de las canciones más conocidas de la historia del cine.

El compositor ha declarado que considera a la música como un factor clave para dar vida a un film, siendo fundamental el rol del director a la hora de dejar el espacio necesario para su desarrollo. Al ser entrevistado por Joaquín Soler Serrano en el programa “A fondo”, aclaró:
“Hay directores que tienen muy en cuenta la música y ya la tienen en cuenta cuando empiezan a escribir la historia o cuando empiezan a idear las imágenes. En ese caso la música puede asumir un papel narrativo y reemplazar la palabra; de hecho, para mí esa sería la verdadera tarea en la que el compositor, me incluyo, se siente emocionado cuando es convocado para hacerla. (...) La función de la música es explicar lo que las palabras no pueden decir”.
De esta manera, el compositor de música para cine posee un -llamado así por Morricone- “condicionamiento” al momento de trabajar. Cuenta con la responsabilidad de crear una obra que debe ser incluida en otra mayor, sin la libertad de una libre composición pero con un punto de partida para motivar su pieza. Se trata de música al servicio del filme. Según el compositor italiano, esto debe ser aprovechado por el músico para reencontrarse y superar dicho condicionamiento, convirtiéndolo así en una oportunidad y no en una limitación.

Conocida es la relación de Ennio Morricone con Sergio Leone, icónico director y amigo de su infancia, con quien conformó una dupla de antología dando lugar a grandes films de la talla de Érase una vez en América o Por un puñado de dólares; ambas características, entre otras cosas, por sus distintivos soundtracks. Teniendo en cuenta la preferencia del compositor por colaborar con directores que lo dejen inventar y no le soliciten un rol pasivo, es razonable que sus mejores trabajos vengan de películas filmadas por Leone.
El músico rescataba constantemente la importancia de participar en todo lo posible a la hora de componer sus obras. Cuanta más libertad le dejaba el director, mejor. Escribía cada nota para cada instrumento, desde la primera hasta la última. Retomando su entrevista en “A fondo”, allí declaró:
“El compositor que ama su oficio y sabe cómo hacerlo no puede más que hacerlo así. Es como si un pintor no pintara su cuadro. (...) El que escribe para ser el dueño moral de su obra, debe escribirla hasta el final; si no, es como un estafador”.

Morricone ha compuesto piezas de una versatilidad sorprendente. Reconocido como el compositor principal de los Spaghetti Western, también hizo la música de películas como La misión y Lolita (1997) o la marcha oficial del mundial de fútbol de 1978 realizado en Argentina. Su amplio repertorio funciona para presentar otra particularidad de la música en el cine. Según él, no existe un tipo de sonido para un tipo de película; la importancia radica en cómo se aplica la música. Explicaba: “Yo no creo que la música deba tener esa esquematización. Podemos aplicar en un policial, según la intención del director, del músico y de la misma historia, una música que puede no tener nada que ver con lo que se conoce como música de acompañamiento para un policial”. Su apertura al pensar la música en los distintos géneros cinematográficos coincide con su variada lista de composiciones.
“¿Qué sería de la vida sin la música?” o “¿qué sería de la vida sin el cine?” son dos preguntas que vale la pena hacerse de vez en cuando y a las que sería válido agregar “¿qué sería del cine sin su música?”. Ennio Morricone es el mejor ejemplo para entenderlo. Siempre buscó expresar ideas a través de sus obras. El valor que dio a su rol no es el de acompañante, se debe explicar lo que no es posible mediante la palabra o la imagen. La música es primero independiente antes de ser colocada en la cinta. Es en sí misma y tiene un significado propio, incluso si se separa de las imágenes.
Bandas sonoras de películas cuentan con millones de discos vendidos, se inmortalizan en el oído popular e incluso son honradas en conciertos sinfónicos, por lo que puede resultar injusto afirmar que no poseen suficiente valoración. Sin embargo, es cierto también que no es vasta la cantidad de compositores conocidos por su labor. Ennio Morricone goza de un prestigio que no se corresponde con su reconocimiento. Si hablamos de musicalización en el cine, hablamos de él y otros tantos; encargados de dar vida a las escenas, reemplazar la palabra, explicar lo inexplicable.
Valentino Berman