12/12/2024

Falta más de una hora para que comience el primer recital de la gira “Páez 40/30”, a través de la cual Fito se ha propuesto conmemorar los aniversarios redondos de dos de sus grandes discos: Del 63 (1984) y Circo Beat (1994). El Movistar Arena aún luce vacío. Para no quedarse callados, los parlantes desde hace un rato proyectan las veintidós piezas que componen Futurología Arlt (2022), el álbum sinfónico y casi meramente instrumental que el artista compuso inspirado por Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931), los dos títulos de cabecera del novelista y periodista porteño fallecido en 1942. ¿Por qué suenan esas canciones en la antesala del show y no un compilado de sus éxitos más celebrados? ¿Guardan alguna relación con aquellas otras que hoy, más tarde, serán homenajeadas y vitoreadas por el gran público?

Futurología
Futurología Arlt se empezó a gestar una noche de 1995, cuando el músico se sentó a conversar con Julio Bocca, reconocido bailarín y maestro de ballet; el fallecido dramaturgo y empresario teatral, Lino Patalano, y la actriz, Cecilia Roth -quien además era su pareja-, sobre la posibilidad de llevar a cabo un ambicioso espectáculo de danza y música sobre tango, folklore argentino y rock. Cuenta Fito: “Espontáneamente en aquella charla chispeante, surgió mi deseo de poder realizar un proyecto basado en algún libro argentino. Sin dudar sugerí Roberto Arlt. Específicamente "Los siete locos": hacía unos años había hecho mi primera lectura de este edificio literario que me había causado un fuertísimo impacto”. Para 1996 ya había logrado “condensar cuarenta minutos de música grabada íntegramente con teclados basada en el texto elefantiásico del gran artista”. Pese a que, poco tiempo después, el proyecto se frustró por razones ajenas a la voluntad del rosarino, la idea lo acompañó durante décadas, y recién en 2020 decidió retomarla. Un año más tarde, tres largas sesiones mediadas por los protocolos sanitarios de la pandemia dieron como resultado la embrionaria grabación que luego transcribiría a papel el director de orquesta, Ezequiel Silberstein. En última instancia, la Sinfónica Nacional de la República Checa hizo el proceso opuesto: tradujo en sonido las notas que había transcrito el joven compositor y licenciado en artes musicales, quien ya había acompañado a Páez en el Teatro Colón, cuando ambos comandaron un vasto recorrido por la obra de Charly García, a propósito de su cumpleaños setenta, en 2021. Así, la forma final del álbum se conoció el 7 de marzo de 2022, veintisiete años después de su origen.  
Entra el sol, la maldad y una vida canalla/ el amor que se va/ y no vuelve más”, dice una voz al filo de las primeras cuerdas de Amor es dinero, anagrama de Remo Erdosain, el protagonista del tándem central de la obra arltiana. Esa voz se escucha solamente en el minuto y medio inicial, justo antes de que los personajes marginales y delirantes del fresco porteño y bonaerense se fundan con el bramido orquestal y la obliguen a replegarse. A partir de ahí, Fito prescinde de las palabras para desbrozar los márgenes de esa sociedad que habitaba el sur porteño y conurbano hace cien años. Sobre la elección del título, señala: “La capacidad del autor de percibir el futuro de Argentina y el mundo fue lo que me llevó a nombrar esta obra ´Futurología Arlt’”. Si bien la de Páez no parece inscribirse en esa misma tradición vanguardista, ni en la forma ni en el contenido, no sería justo concebir estos arrebatos retrospectivos que las efemérides le brindan como meros gestos nostálgicos. En todo caso, la nostalgia de Fito es, como en Circo Beat o Los Años Salvajes (2021), programática: el pasado no es estático, sino profundamente modificable y extemporáneo.
Cuarenta Treinta
El escudo nacional copa las dos pantallas laterales del escenario. Fito canta aquello de que “Cría cuervos la casa rosada”. Antes, se acompañó únicamente del piano para entonar que “la gente está igual que ayer” y que “voltearon la casa de al lado” o que sus canciones son “antídotos livianos”. Viste un traje negro de lentejuelas que brillan desde cualquier ángulo de las gradas. Así interpreta Del 63 de corrido, casi siempre sentado al piano, con una banda que interviene lo justo y necesario: las canciones se defienden por sí solas y comprueban una vez más el talento precoz de quien las creara a los 21 años. Una curiosidad: Páez no interactúa con el público, se dedica a repasar el álbum con estricta lealtad, lo que tampoco es habitual en sus interpretaciones en vivo. Algo parece claro: su campo de batalla, ahora más que antes, es el arte, y eso mismo le aconsejó a Lali Espósito cuando la cantante y actriz fue subida al ring por el Presidente a través de X. Alejado de las contiendas mediáticas y las declaraciones públicas, ha elegido desde hace años que la música hable por él. 
Ahora lo veo acercarse al micrófono en la coda de Mariposa Tecknicolor, parece desbordado. Para esta segunda parte, eligió un traje negro a rayas y una camisa naranja fosforescente con volados, a tono con la ampulosidad circo beat. Dice por fin: “Estoy en shock, muy emocionado por muchas cosas y eso no le hace bien a la música”, y se compromete: "Me voy a concentrar, voy a hacer lo mejor que pueda para llegar hasta el final y ojalá esto nos abrace a todos". El público que hasta hace un rato se movía tímidamente al ritmo de Un rosarino en Budapest ahora lo vitorea y le promete incondicionalidad a la distancia a través de un aplauso unánime e inapelable. 
Como tantas otras canciones del setlist, Dejarlas Partir suena varias tonalidades abajo respecto de la versión original, lo cual permite que el cantante economice el desgaste de su voz. Como sea, nada de eso menoscaba la fuerza arrolladora de su estribillo: Páez, quien a principios de septiembre sufrió un accidente doméstico que le ocasionó la fractura de cinco costillas -razón por la que se vio obligado a suspender conciertos en México y Colombia-, canta que todo, absolutamente todo, “lo hizo para quebrarse a él”, y luego de gritarlo a como dé se vacía y los reflectores captan la conmoción de ese cuerpo abatido pero apañado por el fragor de la gente, que se quiebra con él y premia su sacrificio al servicio del arte.        

El primer espectáculo expresamente retrospectivo que ofreció el rosarino fue gratuito, en 2012, en ocasión del vigésimo aniversario de la publicación de El amor después del amor. Luego, le siguieron los Gran Rex por los treinta años de Giros en 2015 y de nuevo el vendaval de recitales por las tres décadas del álbum más vendido de la historia del rock argentino que concluyeron el año pasado. Para rastrear el origen de la vocación retrospectiva de Páez habría que remontarse al lanzamiento de Circo Beat, después del cual su carrera sufrió un hiato de un lustro sin producciones enteramente inéditas. Durante ese período, miró a través del espejo retrovisor por primera vez con la publicación de Euforia, un trabajo grabado en vivo que recopiló reversiones de sus grandes éxitos y tres nuevas canciones, dos de las cuales tuvieron destino de clásicos casi instantáneamente: Cadáver Exquisito y, sobre todo, Dar es dar. ​​​​​​​
Volvamos a Circo Beat. Hace poco tiempo, su propio hacedor lo reconoció como un álbum “realizado bajo la máxima presión posible”, para cuya grabación fue “sometido a una carnicería por la codicia de los dueños del circo real”. Circo Beat partía de una premisa imposible: colmar las expectativas que había despertado su predecesor, El amor después del amor. El resultado es un conjunto vertiginoso, nostálgico y grandilocuente de trece tracks tutelados por Phil Manzanera, productor británico y guitarrista de la segunda etapa de Pink Floyd, luego de que Roger Waters abandonara el grupo. Si se lo analiza en profundidad es posible concluir que las composiciones son en muchos casos apuradas, como si les hiciera falta un poco más de tiempo para su maduración, y que el ambiente circense que se pretende omnipresente es más bien esporádico, por apuntar sólo algunas percepciones que trascienden las distintas escuchas. Sin embargo, algo de esa puesta barroca le confiere una dimensión caótica que hasta entonces no había sido explorada por el músico. Como las efigies y los arlequines del arte de tapa, las canciones también contienen en dosis iguales la ternura y la opacidad circenses. ¿Qué hay detrás del maquillaje de los arlequines y los trucos de los acróbatas? ¿Qué ocurre con los escenarios cuando los reflectores dejan de apuntarlos? Circo Beat se balancea entre la nostalgia de una infancia prístina y las esquirlas de un presente resbaladizo e insondable, cuyos componentes no se descubren sino de manera aparente.   
Los rastros de Lo que el viento nunca se llevó se funden ahora en un espeso colchón de cuerdas y vientos: el circo se despide. Luego del ruido, el silencio y, más allá, un violín. -―Nada del mundo real ―ronca una voz sobria y grave. ―Nada del mundo real desaparecerá —dice después, las luces tenues, el circo desmantelado. Es quizás la mejor performance vocal de la noche: medida, lúcida, acorde a la sutil capa de cuerdas que la envuelve y la oxigena. Telón. Bajan también los aplausos. Toda la banda sale del escenario y promete que no volverá, pero al rato lo hace para entregar una versión de diez minutos de Ciudad de pobres corazones, el único track que no integra ninguno de los dos discos celebrados. No hay margen para A rodar mi vida, ni siquiera para Y dale alegría a mi corazón. Se cuela en cambio un grito desesperado: “En esta puta ciudad/ todo se incendia y se va/ matan a pobres corazones”. 

“‘Quiero que los lectores sientan que estoy vivo’, parecería querer decirnos Roberto Arlt en cada respiración de esta gema literaria inigualable”, define el músico. Del 63 y Circo Beat también gozan de vitalidad. Cuarenta treinta años más tarde, sus canciones transmutan su sentido original y respiran el aire de todos los presentes.
 Tomás Zygier

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