29/05/2025

Mira que no soy católico eh, pero lo que a mí me llama la atención de Francisco (y le digo así, por el nombre, como se les llama a todos los personajes que pasan a ser parte de la cultura popular) es lo tremendamente de acá que era. Un tipo criado a mate y facturas, que tomaba la línea A del subte y que se iba por avenida La Plata hacia el Gasómetro. Un tipo argentino, que nunca dejó de ser plenamente argentino y que cuando le tocó salir lo hizo como un argentino, un Papa, sí, pero un Papa argentino. Cuando fue, no dejó de ser el cura que caminaba la villa y que comulgaba en la basílica de Flores. Como tal, que centró su discurso en el apoyo de los pobres y los migrantes, los que molestan ser vistos. Debe ser ese ligamiento a su origen lo que movilizó su discurso constituyendo una voz desde la periferia del mundo, de un país que salta de crisis en crisis y que tiene como parte fundamental de su dinámica a los pobres y a los migrantes, migrantes como lo fue su familia y como somos al fin y al cabo todos.
Sea este artículo un pequeño homenaje de mi parte.
Soy de Flores, lo que me hace vecino de Francisco (ponele), caminamos por las mismas calles que Bergoglio caminaba cuando aún era Bergoglio. Frente a la plaza del barrio se erige la Basílica, una de las más lindas de la capital. Entrando, uno de sus rincones cercano a la entrada hacia la izquierda destaca por ser el más renovado en una iglesia de más de 150 años: un confesionario que arriba detalla ser donde “Jorge Mario Bergoglio sintió el llamado de Dios para ser sacerdote”. A su lado un altar con la Virgen de Luján y a sus dos costados, unas pinturas que siempre llamaron mi atención pero que, al visitar la basílica para despedir a Francisco, me volvieron a mirar con mucha más fuerza que la primera vez que las ví.
Quise saber más y pedí hablar con el autor. Para mi grata sorpresa, Pablo Solari es del barrio y da un taller de pintura los miércoles en la misma basílica, por lo que lo fui a visitar y muy amablemente coordinamos una conversación en un café de por acá. En una de las esquinas, bajo una lluvia de hojas amarillas, donde la conversación se interrumpía con los motores y conversaciones propias de la calle, hablé con Pablo sobre su vida y obra.
Animo a quien lea a revisar la obra de Pablo, lo vale completamente. De los diversos temas que trata en sus lienzos, hay un común denominador notable que se sustenta en la representación de la comunidad y la multitud. Existe un énfasis en lo popular y en las manifestaciones que se dan en los mercados, en los trenes, en la Bombonera y en este caso, la iglesia. Este dinamismo encuentra un lugar en los “personajes” pintados, los cuales Pablo se preocupa de sentir lo que estos sienten para pintarlos mejor: “elijo un tema y todos los personajes hablan el mismo tema, refuerzan la idea del tema”. El foco está en el movimiento, en la intención de los personajes manifestada desde la forma. “El instrumento del pintor es el ojo y las manos” me comenta y explica que la clave del cuadro es llevar la vista del espectador mediante la mirada y las manos de estos personajes, así estos nos indican el camino visual del cuadro. Nos topamos con una sensación de movimiento constante donde suceden mil cosas en un mismo momento, donde cada personaje es en sí mismo y en relación al otro.


No es casual la ubicación de los cuadros, así como tampoco su tamaño. Si bien a Pablo le hubiese encantado pintar cuadros más grandes, estos no podían romper la línea del altar para mantener la armonía visual del lugar. De todos modos, el hecho de estar al lado del confesionario que daría partida al camino de Francisco convierte esa esquina en un lugar conmemorativo y, tanto es así que el día de su misa final, se encontraba lleno de flores y velas. Volviendo a los cuadros el primero, de izquierda a derecha, representa una procesión de San José de Flores oficiada por Francisco como personaje principal. Acompaña la pintura una placa fechada el 13-3-2012, el segundo tiene la misma fecha pero del año siguiente y también presenta a Francisco como personaje principal, esta vez entre la multitud del Vaticano, haciendo un paralelismo temporal en el que pasa del barrio de toda su vida al centro geográfico de su fé.
Pablo me cuenta que es católico de toda la vida y que ha estado relacionado a la basílica de siempre: ahí sus padres se casaron y él se bautizó, por lo que el ambiente le resulta muy familiar. Para el cuadro de Flores “traté de poner todo ahí” me dice refiriéndose a los vendedores y a los personajes del sector. La decisión de poner a Francisco entre las personas va de la mano con la cercanía que profesaba. “Alguien cercano, dando el ejemplo, siendo coherente” me remarca reflexivo. Está en un costado San José con un niño Cristo en brazos y una mirada que cae sobre Francisco metido entre la gente, entre ellos y no sobre ellos, marchando hacia donde estamos parados como espectadores, como si nosotros mismos fuésemos parte de la procesión y hubiésemos mirado atrás por un instante. En el afán de subrayar el lugar de origen que nos conecta, la basílica de Flores se erige regia de telón de fondo y uno de los curas lleva en la procesión al Cristo de los pobres, el mismo está con las piernas brillantes de tantos feligreses que lo tocan pidiendo y agradeciendo. La plaza de Flores observa cómo se reúne a una comunidad y todas las costumbres religiosas del barrio lideradas por su hijo pródigo.
Cómo anécdota y con una mueca sonriente, Pablo me cuenta: “uno de los curas me decía ‘ojo que el papa es de San Lorenzo, algo vas a tener que poner’. ¡Quería que pintara algo de San Lorenzo! Así que me cuidé de no poner nada de San Lorenzo, pero si te fijás bien, lo puse a Tevez y a Palermo”, rematando con una carcajada muda, yo no lo podía creer.

En la siguiente pintura, un año después, el telón de fondo es Roma, en la plaza del Vaticano, capital del catolicismo. Siguiendo el consejo de Pablo de dejarse llevar por las miradas y manos de los personajes vemos que estas no se dirigen hacia el frente como en Flores, sino que se dan la vuelta mirándolo a Bergoglio hecho Francisco, por lo que toma el lugar principal del cuadro. “Viste que la iglesia se define como la Barca -me explica Pablo-, bueno, fíjate la bandera del vaticano (ustedes también), más que una bandera parece una vela. En vez del Papamóvil, va en la barca”. Ahí va Francisco, vestido simple y puramente de blanco en contra de la tradición papal y su opulencia, nuevamente en medio de la gente, como le gustaba estar. Apreciamos una composición nuevamente enfocada en la comunidad, esta vez mundial. Una multitud de colores y banderas de varias naciones se dejan ver en el cuadro, pero las que sobresalen son dos: la blanca-amarilla del estado papal y nuestra hermosa blanca y celeste. La gente de diversos tonos de piel y ropas rodean a Francisco en multitud y él los mira con una ternura sonriente, la misma sonrisa que tenía en la procesión de su barrio de toda la vida. El hecho de tener un Papa que seguía los mismos valores que tenía cuando caminaba los pasillos de la villa permite a Pablo conservar su interés por la representación de las multitudes porque Francisco no le hacía el quite a la gente, al contrario y en palabras de su autor “Francisco unía la gente”.
Varios factores se cruzaron para que estas obras se encuentren donde se encuentran. Un pintor que basa su obra en la representación de escenas de lo cotidiano, que trata a la muchedumbre, a la cotidianeidad y a lo popular como foco de su trabajo. Luego, un padre jesuita que basó su misión de vida en los más pobres, los necesitados, los migrantes, los marginados y que caminó con ellos y para ellos. Una vez hecho sumo pontífice, el pintor no sale de sus temáticas para representarlo, sino que encuentra la religión y lo popular sin conflicto, mostrando la cercanía de la gente para con un personaje que supo ser fiel a los suyos, su tierra, su fe, llevando el mensaje de ayuda y reflexión al mundo entero. La conversación hizo que pudiese apreciar las pinturas de una forma muy distinta: Pablo fue una guía para apreciar el simbolismo detrás de las obras que sin su ayuda se me hubiesen seguido escapando. Los cuadros dan cuenta del factor que más me conmueve: el ver a un tipo tan cercano a mí en un lugar de poder históricamente apartado para otros, la cercanía con la gente y un discurso que hace foco en una iglesia donde quepan todos. El día que falleció, una multitud nos juntamos para despedirlo, algunos sin ser católicos, pero agradeciendo el mensaje de paz y unión que el mundo tanto necesita.
Francisco, gracias por visibilizarnos. Pablo, gracias por pintarlo.
Diego Maquehue Carvajal