9/01/2024
No es una tarea sencilla para las narrativas contemporáneas construir discursos críticos entablando una aproximación a los mitos clásicos. La fatalidad sobrenatural, presente tanto en los mitos como en las tragedias griegas, ha regresado en los últimos años, ya no en forma de guerra nuclear, sino como epidemia o catástrofe natural, sin lograr exponer problemas pertinentes a la sociedad que se pretende representar. Yorgos Lanthimos en 2017 estrenó El sacrificio del ciervo sagrado, ofreciendo una forma audaz de retomar la tragedia clásica.
La película, a pesar de no presentarse explícitamente como una transposición de una tragedia griega, ofrece indicios que sugieren esta lectura. Ya desde el título existe una relación con el mito de Ifigenia, escrito por  Eurípides en la obra Ifigenia en Áulide. En ésta se narra el sacrificio de Ifigenia, hija de Agamenón, quien con su ejército se ven imposibilitados de partir hacia Troya al no tener vientos favorables. El adivino Calcante le informa que esto se debe a un castigo divino: tiempo atrás, Agamenón mató a un ciervo que estaba consagrado a Artemisa, por lo que ahora, para enmendar su error y dar marcha atrás con el castigo, debe sacrificar a su hija Ifigenia. Tras, en un primer momento, negarse y dudar, Ifigenia acepta su destino, pero al momento del sacrificio, una deidad la hace desaparecer, y en su lugar aparece un ciervo degollado.
El sacrificio y el destino, cruciales en Ifigenia en Áulide, en la película se extrapolan a una familia burguesa norteamericana de Cincinnati en el siglo XXI. Por lo tanto, la transposición no se presenta totalmente fiel. El argumento sirve como punto de partida.

La apropiación que implica la relectura no piensa el texto como un escollo a salvar, no experimenta dudas de filiación con el origen: más bien, toma el texto como un trampolín que permitirá al filme saltar a otro espacio, propio e intransferible, que es el del lenguaje cinematográfico (Wolf, 2001, p. 134) (1).
El primer punto de contacto para el análisis es el paralelismo que se puede trazar entre los personajes de la película y del mito. Comenzando por Steven -Colin Farrel-, un exitoso cirujano cardíaco que, como veremos, representa a Agamenón. Ambos deben expiar una falta de su pasado -la mala praxis en el caso de Steven y la matanza del ciervo en el bosque sagrado por parte de Agamenón- y enmendarla a través del sacrificio de un miembro de su familia. Mientras que Steven puede elegir entre su esposa e hijos, Agamenón solo puede sacrificar a Ifigenia. Los dos cometieron un error y deben enmendarlo si no quieren que se cumpla un destino inevitable: en el caso de Steven, que su familia entera muera; en el caso de Agamenón, que los barcos puedan partir hacia Troya. En las dos obras, el hombre -a su vez padre- se ve enfrentado al destino y a sus propias decisiones, tanto de su pasado como las de su presente. 
Por otro lado, en el personaje de Anna -Nicole Kidman- es posible trazar un fuerte paralelismo entre ella y Clitemnestra. Ambas son esposas de quien ha cometido un error y que debe decidir si hacer o no el sacrificio para enmendarlo. Ninguna está bajo el yugo de su esposo y ambas se enfrentan a ellos, aunque con leves diferencias. Anna en un principio enfrenta a Steven por su error y se muestra furiosa, ya que al ser una posible víctima del sacrificio, cae en el juego perverso en el que también caen sus hijos, intentando persuadir a Steven de que no sea la sacrificada. Clitemnestra, por otro lado, reacciona con furia y deseos de venganza, tratando de evitar a toda costa el sacrificio de su hija. Es un amor noble, donde no prima la individualidad. Sucede también que ella, a diferencia de Anna, cuenta con la ventaja de no correr el riesgo de ser sacrificada. 
En esta misma línea, a Kim -Raffey Cassidy- se la puede asociar a Ifigenia. Ambas son primogénitas, vírgenes e inocentes, “puras” según la concepción griega. La conexión se refuerza en la escena con el director de la escuela, donde se menciona que Kim conoce el mito. La transposición y el paralelismo aquí se explicitan. Y, como Kim, Ifigenia acepta su destino: 

Esto lo digo sin ningún miramiento para con nadie. Ya se basta la Tindáride Helena para provocar combates y muertes por su persona. Tú, extranjero, por mi no has de morir ni matar a ninguno. Déjame que salve a Grecia, si está en mi poder. (Eurípides, p.190) (2).

Ifigenia, al morir para salvar a Grecia, estaría cumpliendo su areté (3), su kleos. En El sacrificio del ciervo sagrado, Kim, en una charla que tiene con Steven y Ana, también acepta el que cree que es su destino. A diferencia del mito, Kim no resulta ser la sacrificada, y Bob, su hermano, podría ser, lejanamente, ese ciervo que la reemplaza.
Además de los paralelismos con los personajes afectados por la maldición, es crucial considerar al personaje de Martin -Barry Keoghan-, su asociación con Artemisa y, en parte, a Calcante. Con Artemisa es notorio: ambos han perdido algo que les pertenecía, que era suyo -en caso de Martin, su padre, y en el de Artemisa, el ciervo sagrado- por lo que ambos buscan venganza y actúan como agentes del destino. El personaje de Martin es el único que mantiene la presencia sobrenatural en la transposición, siendo el mensajero de la maldición que cae sobre la familia y también poseedor de ciertos poderes -haciendo caminar a Kim en el hospital, cuando ella ya sufría la parálisis-. En otro orden, la asociación entre Martin y Calcante surge porque ellos son quienes imponen las condiciones del sacrificio, decidiendo sobre quién debe caer y quién debe ser el verdugo -Agamenón y Steven, respectivamente-. Asimismo, ambos exigen una justicia arcaica, distinta a la de tribunal que se inicia en La Orestíada de Esquilo con el juicio a Orestes. La muerte se paga con muerte:

 Igual que mataste a un miembro de mi familia ahora debes matar a un miembro de tu familia para equilibrar las cosas ¿entiendes? (Lanthimos, 2017) (4).

 De esta manera, la ofensa hecha sobre Martin y Artemisa despliega una serie de acontecimientos que los lleva a ambos a ser símbolos de un destino inexorable. La diferencia entre los casos radica en que Agamenón ya estaba advertido sobre lo que no debía hacer en el bosque y ya conocía a Artemisa, siendo ella una diosa venerada; Steven, en cambio, no estaba advertido por ninguna figura en especial. Él no quiebra nada en el orden de lo divino; lo que se ha roto es el juramento médico, corrompido con su mala praxis debido al alcoholismo, con el que termina de cometer un asesinato. Su posición de poder y máscara de correcto burgués son las que nos justifican por qué no ha tenido problemas con la justicia. La maldición es un mero capricho destinado a arrancar el fino barniz que encubre una decadencia que va más allá de la familia.
Habiendo realizado un pequeño estudio sobre los personajes en ambas obras, resulta significativo ver al sujeto sacrificado, quien tanto en la película como en el texto resultan ser víctimas virgenes e inocentes. En El sacrificio del ciervo sagrado, quien debe elegir al sacrificado es el verdadero culpable, y el elegido para ser sacrificado no puede ser otro que no sea inocente. He aquí el letargo de Agamenón y Steven; en este último, el agregado de ver cómo su familia -entera, en caso de que no se decida- muera lentamente. En Ifigenia en Áulide, la que debe ser sacrificada es Ifigenia que, además de ser inocente -tanto de culpabilidad como de actitud-, es virgen. 
Tanto las víctimas humanas como animales debían cumplir ciertos requisitos: belleza física, origen elevado, inocencia, pureza virginal y aceptación de la muerte. Estos atributos eran vistos como indispensables para el sacrificio ritual. Ifigenia cumplía los requisitos, y podríamos decir que en la película Bob también: belleza física, origen elevado por ser hijo de un cirujano “exitoso” y la pureza virginal. 
Hay, sin embargo, una gran diferencia entre las dos obras. En El sacrificio del ciervo sagrado, Lanthimos elige mostrar en pantalla el momento del sacrificio. En las tragedias griegas, las muertes no sucedían en escena: en el caso de Ifigenia, si bien se la reemplaza por una cierva, el sacrificio no está representado con una puesta en escena; es el mensajero quien cuenta todo lo sucedido a la audiencia. Lanthimos podría haber utilizado el fuera de campo para la muerte de Bob y para algunas de las crueles etapas del castigo, como lo fueron los ojos sangrientos. Sin embargo, como suele hacer en sus otras películas, elige mostrarlo en pantalla.
El cómo mostrar se encuentra, también, con otro cambio en el sacrificio que se diferencia enormemente de la tragedia griega. Emerge, así, un análisis más profundo sobre cómo la obra de Lanthimos no sólo transfiere los roles míticos, sino que también replantea el sacrificio en términos de la moralidad burguesa contemporánea. Hay un repliegue de lo colectivo a lo íntimo. Mientras que en el mito de Ifigenia encontramos un sacrificio que concierne a una comunidad, en la película de Lanthimos podemos hablar de uno individual, o al menos que concierne a un núcleo familiar pequeño. El sacrificio de Ifigenia fue necesario para llegar a Troya y recuperar a Helena. En el sacrificio de Bob, la maldición afecta a hijos y esposa, por lo que no se amplía más que a las relaciones parentales más cercanas, en una implícita crítica a la fragmentación social posmoderna. En ambas obras el sacrificio se extiende hasta el final: en Ifigenia en Áulide por la negación de Agamenón y luego por la resistencia de Clitemnestra e Ifigenia; en El sacrificio del ciervo sagrado por el descreimiento y el dolor de la elección sobre el sacrificado. Nadie quiere salvar al otro, todos abogan por una salvación de sí mismos.
La familia de Steven se enfrenta ante algo que no comprende: unas reglas dadas arbitrariamente por un extraño adolescente, en una forma de venganza y justicia arcaicas. A pesar de ser una historia situada dentro de una sociedad que no cree en las maldiciones sobrenaturales, los síntomas se encargan de que los personajes crean en las reglas de Martin. Los cuatro integrantes del grupo familiar se ven aplastados bajo las señales impuestas: parálisis de las extremidades, negarse a comer y sangrado de ojos. La incredulidad de Steven lo va llevando poco a poco a romper su imagen de doctor burgués hasta terminar realizando un sacrificio con los ojos vendados, de manera azarosa, dejando de lado el raciocinio científico propio de un médico. 
 Durante la modernidad, el aspecto sagrado del mito se desvaneció. En El sacrificio del ciervo sagrado será el mito quien regrese para enmendar -y revele-  los errores de una sociedad corrompida. Al romper con la lógica del mito clásico —donde el sacrificio se justifica por un bien mayor—, Lanthimos desvela la fragilidad de las certezas burguesas y la pervivencia del azar, que se erige como el último vestigio del destino trágico. La lógica del sacrificio se reconstruye, quizás, hacia un “mal menor”. 
Así, el cine posmoderno no se limita a evocar lo mítico, sino que lo reconfigura para exponer las fisuras de la modernidad. En los últimos años han aparecido películas signadas en esta dirección: Ondina (2020) de Christian Petzold, junto a Lazzaro Felice (2018) y La chimera (2023) de Alice Rohrwacher son algunas de ellas. No es nuevo: Theo Angelopoulos en Ulysses’ Gaze (1995) realizó este mismo movimiento, retomando a La Odisea con el propósito de explorar las guerras en los Balcanes durante el siglo XX. Resultan ser, todos, incluido Lanthimos, europeos. Son discursos de un continente enamorado de su historia, que ve viejos a sus laureles y, ante la falta de respuestas, elige volver a ellos. Si la relación con el pasado no puede obviar esa dirección ambivalente, las respuestas de un futuro posible, al menos en el cine, parecen estar ubicadas en esa reestructuración paradójica, donde lo posmoderno se constituya como la imposible relación de la modernidad con lo mítico.

Referencias 
1.  Wolf, S. (2001). La transposición: un problema de origen y la transposición: problemas generales y problemas específicos. En Cine/Literatura. Ritos de pasaje. Buenos Aires, Editorial Paidós.
2. Eurípides; Tragedias III. Gredos
3. Término griego. Significa, originariamente, «excelencia o perfección de las personas o las cosas». Morir por Grecia era un honor y una virtud del espíritu.
4. Lanthimos, Yorgos (2018) El sacrificio del ciervo sagrado

Martin Suarez Failache

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