06/03/2025
La filmoteca de la UNAM se encuentra en el corazón de la ciudad universitaria, a una hora y cuarto del centro donde me estoy alojando. Es una construcción simple y luminosa, de solo dos pisos y si se la mirase desde afuera nada indicaría que dentro de sus puertas guarda la colección fílmica más grande de toda América Latina. En su entrada, sobre una estructura de piedra espera un gran capitel con una cruz grabada en su frente. En su placa se lee:
“ Capitel usado en la película Simón del desierto
Luis Buñuel 1964
Rescatado por la Filmoteca UNAM para conmemorar el centenario de Luis Buñuel y posteriormente restaurado en el marco de los 30 años de su fallecimiento.”
Aunque me parezca un poco sacrílego, me siento sobre su base a escribir mientras espero que sea la hora de mi entrevista, pero me distraigo pensando en que podría estirar el brazo y tocarlo, sentir el cemento mismo del capitel. No me atrevo.
Entrevista: 60.000 títulos, 15 bóvedas
La Filmoteca de la Universidad Nacional de México fue fundada en 1960 por el crítico e investigador Manuel González Casanova, previamente a la fundación de la Cinemateca Nacional de México.
“En realidad la filmoteca nace primero en los sesenta como un archivo de tránsito que alimentaba el cineclubismo en la facultad.” me dice Hugo Villa, el director de la institución por los últimos siete años. “Contaba con un laboratorio chiquitito en la Facultad de Filosofía y Letras, donde se duplicaban películas en reducción ( se pasaban las películas de 35mm a copias de 16) para proyectarlas en los cineclubes del campus central de la facultad. Lo que empezó a pasar es que cuando regresaban las copias había que cuidarlas y esto se convirtió en una labor de amor porque uno empieza a desarrollar, como le decimos nosotros, el mal del archivista. Así el archivo fue creciendo y pasó a convertirse en la filmoteca como la conocemos hoy”.
“En realidad la filmoteca nace primero en los sesenta como un archivo de tránsito que alimentaba el cineclubismo en la facultad.” me dice Hugo Villa, el director de la institución por los últimos siete años. “Contaba con un laboratorio chiquitito en la Facultad de Filosofía y Letras, donde se duplicaban películas en reducción ( se pasaban las películas de 35mm a copias de 16) para proyectarlas en los cineclubes del campus central de la facultad. Lo que empezó a pasar es que cuando regresaban las copias había que cuidarlas y esto se convirtió en una labor de amor porque uno empieza a desarrollar, como le decimos nosotros, el mal del archivista. Así el archivo fue creciendo y pasó a convertirse en la filmoteca como la conocemos hoy”.
La filmoteca actualmente cuenta con un laboratorio fílmico, un laboratorio digital, más de 60 mil títulos, ocho bóvedas de acetato, siete bóvedas de nitrato, una bóveda de aparatos cinematográficos, una bóveda de materiales impresos, un centro de documentación y tres salas. Por la inmensidad de este archivo, una parte del personal se dedica diariamente a revisar el estado de las cintas, e incluso parte del contenido de estas es desconocido para los directivos mismos. Sin embargo, esta cifra simboliza una proporción ínfima del total de la producción cinematográfica de México:
“No se conserva tanto. Incluso nosotros que tenemos una filmoteca considerablemente grande, como mucho debemos haber rescatado solo un 2% de lo que se ha grabado en México. Estamos hablando de proporciones muy pequeñas y esto se debe a que el cine es un soporte muy frágil, no se sostiene a sí mismo de manera muy simple”.
Cuanto más recorro la filmoteca más me doy cuenta cuán cierto es esto último: conservar fílmico es un trabajo muy ingrato y complejo. Las cintas de acetato y poliéster deben ser guardadas en bóvedas refrigeradas a una humedad específica en la planta inferior del edificio; mientras que las más antiguas de nitrato se encuentran en una bóveda especial, la cual no tiene luz y se encuentra debajo de una estación de bomberos y un doble techo de seguridad. Esto se debe a que el nitrato es un material increíblemente inflamable ya que es capaz de crear su propio oxígeno en la combustión, haciendo imposible apagarlo incluso si se lo sumerge. Estas complejidades han llevado a que en las últimas décadas se dejen de lado los archivos físicos en muchos lugares, en favor de archivos digitales, supuestamente más baratos y prácticos. Al preguntarle sobre esto a Hugo, me dice lo siguiente:
“Primero la realidad, yo cuando llegué a la filmoteca hace siete años hice una lista de las 200 películas esenciales del cine mexicano que tenían que estar en soporte digital. Si nosotros trabajamos las 24hs del día los 365 días del año con nuestros dos scanners sin parar, solo esas 200 películas nos tardarían 6 años completarlas. En la filmoteca hay 60 mil películas. Entonces o hacemos todo lo posible por conservarlas o vamos a perder una gran cantidad, que algunas de ellas ni sabemos qué son.
En segundo lugar, los artistas que hicieron estas películas, las hicieron en ese soporte. El primer disfrute siempre debería ser en el material que se hizo la pieza, por lo cual tenemos una obligación de conservarla en ese estado.
Y la tercera es que en las mejores condiciones posibles el material que tenemos nosotros, fílmico, se va a sostener los próximos 100, 150 años, tal y como está hoy. O sea, si tiene daños, con esos mismos daños lo van a poder abrir dentro de 150 años y lo van a poder proyectar de una manera relativamente sencilla, con un foco, una lente y unos rodillos. No van a tener mayor problema, no van a necesitar una computadora, no van a necesitar nada que saque los datos, que los traduzca, no van a necesitar una licencia de Microsoft 4.700, no van a necesitar absolutamente nada. Entonces, la sostenibilidad de la consulta de esos datos es también muy valiosa. Hoy, por ejemplo, nosotros estamos transfiriendo nuestro material digital que estaba en LTO3 a LTO8 porque las máquinas de LTO3 ya son obsoletas, y LTO3 lo hicieron en 2014, que fue que compraron las máquinas”.
Pero la importancia de que este archivo tenga una casa va mucho más allá de asegurar su perpetuidad en el tiempo. A lo largo de los años, la filmoteca se ha convertido en una herramienta para asegurar que el cine siga siendo un consolidador de la identidad nacional. En su página se hace referencia a esto como “la construcción de memoria fílmica”. Le pregunté a Hugo de que manera es que la filmoteca promueve esta “creación de una identidad y de una historia colectiva a través del cine”:
“Lo primero, hacemos que esté material esté disponible. La lectura sobre la historia no es unidireccional. Hace 40 años cuando se hablaba de cine mexicano y la construcción de la nación, todavía existía la idea de una nación mestiza bastante homogénea, construida en mucho a través de las grandes figuras cinematográficas de los cuarentas y cincuentas. En la actualidad, con una mayor disponibilidad de materiales, nos hemos dado cuenta que en esta concepción existía una intencionalidad de un sistema político que lo construyó y fomentó, en parte por la necesidad de pacificación de un país que desde su nacimiento nunca dejó de tener alzamientos militares, salvo por breves periodos en el Juarismo y durante el gobierno de Porfirio Diaz. Esta necesidad de pacificación del país provocó un impulso de parte de los poderes políticos de crear en el arte una idea de nación mestiza y homogénea, que nunca existió. Quienes están haciendo historiografía hoy en día, a pesar de que admiren muchísimo estéticamente ese cine y lo sigan reconociendo como fuente de grandes obras artísticas, han pasado a tener otra lectura histórica. Ese país mestizo que era representado ya no es aceptado, porque es algo que nunca tuvimos. Es por esto que es importante que las películas sobrevivan como material de estudio.
Esto además de que son materiales de disfrute estético, que creo también es igual de importante. Por eso es vital que existan las filmotecas, porque guardan documentos que forman la historia de los países y del mundo, y eso creo que hace que valga la pena todo el esfuerzo y dinero que cuesta mantenerlas”.

Reflexión: Ley 25119
La noche luego de mi recorrido por la filmoteca casi no pude dormir. En algún momento de la madrugada luego de haber resignado de ir a la visita guiada a la que supuestamente iría la mañana siguiente, escribí estos dos párrafos en mi cuaderno, que en su momento no terminaba de entender cómo encajaban en todo esto:
En la escena final de “Cinema Paradiso", cuando Salvatore finalmente ve el compilado de todos los besos que habían sido censurados de las películas durante su juventud, mi papá llora. No sé cuántas veces la habrá visto (yo creo que más de diez en este punto), pero por lo menos las dos veces que la miramos juntos, más las varias ocasiones en las que lo encontré viendo clips de la película en Youtube, como mínimo siempre lagrimea.
Cuando era más chica no lo entendía e incluso me daba un poco de vergüenza verlo así, pero con el tiempo yo también lloro, aunque no creo que lloremos por lo mismo. Cada vez que yo miro el final de “Cinema Paradiso" pienso en la vez que él me contó que en su adolescencia fue a ver “La luna” de Bertolucci al cine y no entendió nada de la cantidad de escenas que habían sido censuradas por los militares. “Duraba cinco minutos”, me dijo riendo. Cuando veo el final de “Cinema Paradiso" lloro porque esa cinta que él vio en los setentas, como muchísimas más en la historia de nuestro país, ya no existe. Lloro porque nunca voy a poder entender qué es lo que él vio.
Me sorprendió muchísimo cuanto Hugo Villa, así como varias de las personas con las que charlé en la filmoteca, hablaban del acceso y la conservación del cine como un derecho. Tal vez me extrañó porque es un derecho el cual yo nunca tuve de esa manera.
En 1999 se sancionó la ley 25119 en nuestro país debido al “estado de emergencia del patrimonio fílmico”, que ordenaba la creación de la Cinemateca y Archivo de la Imagen Nacional (CINAIN). A pesar de esto la ley tardó más de una década en ser reglamentada y hasta el día de hoy la CINAIN no funciona de manera efectiva. A pesar de que existan numerosas instituciones privadas (como el Museo del Cine "Pablo Ducrós Hicken" o la Fundación Cinemateca Argentina) y coleccionistas que se dedican arduamente a conservar nuestro patrimonio fílmico, la existencia de una filmoteca de acceso y gestión pública sigue siendo una deuda histórica. Aunque en nuestro contexto actual esta promesa parezca cada día más lejana, el agrio pero reconfortante entendimiento que me llevo de mi pasaje por la Filmoteca de la UNAM es que existen otras maneras (y que ni siquiera tenemos que mirar a Europa por ellas). Como me dijo Hugo cuando le pregunté por el rol que juegan las políticas públicas en mantener instituciones como la filmoteca:
“Si no se hace desde la responsabilidad de mantener la memoria histórica, es imposible. Hay una expresión en inglés: common, que es como decir que algo es una propiedad común. Si no entendemos la cultura como tal, viviremos en un olvido histórico, también común y no nos acordaremos nunca de dónde venimos, dónde vamos y pensaremos que todo sucede desde el hoy y todo va construido a partir del hoy. Creo que ese es un error muy grande.”
Si te interesó algo de lo que charlo aca, podes encontrar muchísima más información en la página de la Filmoteca UNAM. Ahí explican más de su proceso de conservación, tiene subido parte de su archivo bibliográfico e iconográfico, así como también parte de su archivo fílmico de manera totalmente gratuita:
Nota: Quiero agradecer a Hugo Villa Smythe y a todo el personal de la Filmoteca, por recibirme y tomarse el tiempo de responder todas mis preguntas con tanta paciencia. También quiero agradecer a Gerardo Kleinburg por gestionar esta entrevista y forzarme a salir de mi timidez.
Alma Lombardero Gutman