26/12/2024
Este 2024 se cumplieron 20 años del estreno de Saw, dirigida por James Wan, la cual dio inicio a la que fue por un tiempo la franquicia de terror más exitosa de la historia. La saga se compone por diez películas esparcidas a lo largo de estas dos últimas décadas y es responsable de la creación de su propio subgénero que marcaría la dirección del terror en el comienzo de los años 2000: el torture porn. A pesar de esto ha habido cierta resistencia de parte de la crítica de reconocer estas películas como piezas clave en la historia del género.
Saw fue sin duda la representante más exitosa y persistente, así como también la primera de la breve etapa de éxito masivo del torture porn, lo cual la pone en una posición muy particular. La mayoría de las películas siguen una misma fórmula: un grupo de víctimas son capturadas y puestas a prueba en una serie de “juegos” brutales, por el asesino John Kramer, también conocido como Jigsaw. El objetivo de estas pruebas es que los participantes, a través del dolor, muestren una verdadera voluntad de vida, puesto que son elegidos por Kramer debido a sus supuestos defectos o faltas, que pueden ir desde la drogadicción a crímenes serios, como el asesinato o la mala praxis médica. 

El porno de tortura
 Aunque el término haya sido recuperado como etiqueta general para describir películas que se caracterizan por representar violencia extrema, gore, mutilaciones y sadismo, es innegable que catalogar una película como “torture porn” tenía en sus orígenes una connotación negativa. Se cree que el primero en acuñar la expresión fue David Edelstein en su ensayo de 2006 para The New York Times: “Proyectándose ahora en tu Múltiplex más cercano: Torture porn”. En este texto Edelstein se dedica a realizar una crítica moral acerca de la validez artística de una serie de películas que, a pesar de la violencia casi inmirable que representaban, estaban teniendo un igual de sorprendente y lucrativo éxito comercial a principios del nuevo milenio. Películas como Saw, Hostel, The Devil 's reject y Wolf Creek son caracterizadas por el autor como productos masoquistas, los cuales espectamos con el único fin de sentir algo:
“De la misma manera que algunas mujeres se cortan (dicen) para sentir algo, tal vez algunos cinéfilos también necesitan identificarse con personas siendo cortadas para sentir algo.” 
A lo largo de la historia ha habido un impulso de analizar las películas de terror como representaciones de los miedos sociales de la época en las que nacen, sin embargo con estas películas parecería que esta tendencia pierde frente a la necesidad de realizar un juicio moral sobre la brutalidad que se está presenciando. En vez de escandalizarnos, esto nos debería llevar a reflexionar: ¿cuál es la razón por la que millones de espectadores sintieron la necesidad de dirigirse al cine para ver, como dice Edelstein, “una extraña secuencia de prolongada tortura y desmembramiento”? ¿Y por qué cada vez vemos menos y menos de estas películas en las carteleras? 
En el arte siempre ha habido un interés por representar y presenciar el sufrimiento ajeno. En este sentido el fenómeno que está planteando Edelstein no es algo nuevo, sino que es un impulso humano que se remonta milenios. Desde las escenas de crucifixión o de los santos cristianos siendo martirizados, a obras más recientes como Guernica de Picasso o la serie de choques de Andy Warhol. Parecería que desde siempre los artistas han buscado empujar los límites de lo que aparentaba aceptable representar y los espectadores siempre han encontrado un cierto placer en ir un poco más allá de lo que se pensaban capaces de observar. Sin embargo, hay que reconocer que Edelstein no está del todo equivocado al notar un exacerbamiento  de la violencia y un nuevo extremismo en este cine, pero donde sí erra es al asumir que este es gratuito y caprichoso. 
El terror en la era de Bush 
Varios teóricos han resaltado el cambio de paradigma que significó la presidencia de George W. Bush en los Estados Unidos en la manera que se hace y se piensa el cine de terror, ya que esta época marcó un cambio irreversible en la forma que la violencia y la brutalidad habitan las pantallas en occidente. Esto se debe a dos sucesos fundamentales que acontecieron durante la primera presidencia de Bush: el atentado a las torres gemelas y la subsecuente “guerra contra el terrorismo” (GWOT) liderada por el presidente. Lo particular de estos eventos, en comparación con guerras o masacres anteriores, es que por primera vez el mundo tuvo acceso directo, no centralizado y audiovisual de lo que estaba sucediendo. El avance de la tecnología no solo permitió una transmisión aún más constante y de mayor calidad  por parte de los medios tradicionales de información, como la televisión, sino que también en esta época se comenzaron a distribuir imágenes y videos de la guerra a través de internet. Un ejemplo característico de la nueva brutalidad que caracterizó este período son los videos de decapitaciones en Irak que se popularizaron a partir de 2002. Solo en el año del estreno de Saw surgieron nueve videos distintos, los cuales se esparcieron masivamente a través de redes no oficiales de información.
No parecería injustificado entonces concluir que en cierta medida la crueldad de Saw es una respuesta emotiva frente a la perpetua presencia de imágenes de violencia extrema que comenzaban a parecer inescapables. Tal vez este público no era uno masoquista, sino simplemente uno que había encontrado en estas películas una traducción artística a un nuevo fenómeno que estaba marcando sus vidas cotidianas. Este vínculo con la captación y distribución de imágenes violentas está también tematizado a lo largo de las películas. Las  víctimas de Kramer son filmadas siendo torturadas a través de cámaras de seguridad. De esta manera no solo vemos su dolor, sino que lo experimentamos con una cámara de por medio: vemos estos cuerpos que se saben mirados. Esto toma una mayor relevancia si consideramos que esta época estuvo caracterizada por una fuerte ansiedad social frente a la posibilidad de estar siendo vigilado y monitoreado por el estado. 
Luego del atentado contra las torres gemelas, el presidente Bush aprobó el controversial “Programa de vigilancia presidencial” con el supuesto objetivo de continuar su guerra contra el terrorismo. Este proyecto autorizaba a los servicios de inteligencia a monitorear sin autorización a cualquier individuo u organización política dentro o fuera de los Estados Unidos que se sospechara imbricado en accionar terrorista. Esta autorización fue derogada en 2007 y desde entonces han surgido numerosas acusaciones de que este proyecto fue utilizado para vigilar a parte de la población que no tenía en absoluto que ver con lo que se suponía que estaba siendo investigado. Esta preocupación por estar siendo potencialmente observado e investigado por supuestas faltas se encuentra muy presente en la manera que Saw construye su horror.  Como dice Evangelos Tziallas en su artículo “El espectáculo de la corrección: Videojuegos, cine y control”, estas películas abordan “la amenaza de ser constantemente vigilado y monitoreado sin saberlo, [y] la amenaza latente de una posible "corrección" y castigo mediante el secuestro o la tortura. A diferencia de las películas típicas de slasher o terror, el objetivo no es la muerte, sino un dolor calculado y prolongado como método de corrección.”(1) Es esta la razón por la cual cobra tanta importancia dentro de la narrativa el motivo por el cual las víctimas están siendo castigadas. Aunque terminen siendo solo justificativos para conducir la trama hacia el gore, estas escenas plantean un miedo frente a una entidad aparentemente omnipresente que tiene acceso a nuestra vidas privadas y una autoadjudicada superioridad moral, que le autoriza a condenar de las maneras más brutales a quien crea necesario. Nunca es explicado del todo cómo es que Kramer obtiene la información ni los recursos con los que cuenta, pero lo que sí queda claro es que su accionar es moral y específico. 
 Esta obsesión con la moralidad que podemos ver a lo largo de las películas transforma el cuerpo personal en cuerpos socio-políticos. Saw  plantea la pregunta de quién merece sufrir, de una manera que no habíamos visto antes en el género. Aunque en el cine de terror comercial la muerte siempre tiene una justificación o razón de ser, aquí se presenta un universo en donde el dolor y la muerte son caminos necesarios para demostrar una voluntad de vida real. De esta manera la muerte en Saw no es indiferente, Kramer no mata a todas sus víctimas con la misma motosierra, sino que por ejemplo encierra a una adicta a la heroína en una pileta llena  de jeringas usadas. En un mundo donde la guerra y la muerte comenzaban a ser más presentes y accesibles que nunca, es inevitable la pregunta acerca de qué dolor tenemos derecho a observar.

Hacia el final de su artículo, Edelstein dice lo siguiente: 
“El miedo suplanta la empatía y nos convierte a todos en potenciales torturadores, ¿no es así? Después del 11 de septiembre, hemos participado en un debate nacional sobre la moralidad de la tortura, impulsado por imágenes horripilantes de hombres y mujeres manifiestamente decentes (algunos de ellos, al menos) llevando a cabo brutales escenarios de dominación en Abu Ghraib. Y un gran segmento de la población, evidentemente, no tiene problema con esto.”
Es claro que el autor no ignora las implicaciones sociopolíticas de las películas que está abordando. Pero parecería tener una obstinada resistencia frente a la idea de que estas puedan estar haciendo cualquier comentario crítico acerca de la violencia que deciden representar. Esto no es solo condescendiente hacia los realizadores, sino que también lo es hacia nosotros como audiencia. El planteo de Edelstein nos quita la posibilidad de encontrar algún tipo de valor en estas películas, lo cual resulta infructífero a la hora del estudio, especialmente al considerar la cantidad de personas que claramente fueron movilizadas por estas historias.  
¿Game over? 
Veinte años y diez películas nos separan de ese primer estreno en 2004 y parecería que la distancia hizo posible pensar las películas de Saw como el evento cinematográfico que siempre fueron. En los últimos años hemos visto una revalorización tanto de parte de los críticos como del público en general de esta etapa del cine de terror,  han surgido nuevas teorías y retrospectivas que buscan abrir qué significó el fenómeno del gore y splatter del principio de los 2000. Lo que estos autores están haciendo no sólo ilumina un momento masivo pero generalmente ignorado de la historia reciente del cine, sino que también nos proponen nociones interesantes para pensar el estado actual del género. ¿Cómo es que la perpetua presencia en nuestros celulares de imágenes violentas (como las del genocido en Palestina o las surgidas durante la pandemia) afectan nuestra relación con la representación del dolor y la muerte en pantalla? ¿Cómo se ve reflejado el pesimismo que caracteriza nuestra época en el cine de terror? ¿Qué nos están diciendo las películas de género acerca de nuestra relación con nuestro cuerpo, cada vez más intervenido, vigilado y monitoreado?   
El panorama del terror cambió drásticamente a lo largo del curso de la saga, esta cambiando y adaptándose con los cursos de la moda. Las grandes producciones de torture porn y gore fueron lentamente reemplazadas por una nueva ola de body horror que no veíamos de esta manera desde los ochentas. La suciedad, la tierra y la sangre que cubrían todas las superficies del escenario de las primeras películas de James Wan desaparecieron de las pantallas, dejando interiores pulcros y estériles; y la severidad casi cómica del tono de Saw o Hostel se convirtió en el humor cínico de películas como Terrifier, que también marcan un interés renovado en el slasher clásico de los noventa. 
Sin embargo, Saw continúa. Con el éxito comercial de Saw X en comparación con sus antecesoras y el estreno de la onceava película planificado para septiembre de 2025, no parecería necesario hablar de esta historia en pasado. Aunque claramente ya no estemos en el auge de este tipo de cine, Saw sigue funcionando como hogar para los fantasmas que venimos cargando desde hace dos décadas. Está en nosotros reconocerlos o no. 

Nota: Me gustaría agradecer a Fernando Pagnoni Berns y a Valeria Arévalos por su generosidad al facilitarme la bibliografía necesaria para escribir este artículo. Sin su ayuda y su trabajo esta nota no sería posible.
 
Alma Lombardero Gutman
Referencias y bibliografía consultada
1. To see the saw movies: Eassays on torture porn and post-9/11 horror, James Astorn y John Wallis, 2013. (1) 
2. Post 9/11 horror in american cinema, Kevin J. Wetmore J, 2012.
3. Ante el dolor de los demás, Susan Sontag, 2003. 
5. “El espectáculo del dolor en la pantalla norteamericana contemporánea. Los casos de Saw, Hostel y Hannibal”,  Valeria Arévalos, 2018. 

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