23/01/2025

00:38 de un domingo de enero. Aeroparque. El vuelo a Florianópolis programado para dentro de dos minutos no saldrá hasta las 03:00, con suerte. Tiene bien ganada Flybondi su fama de aerolínea de mierda.
Viajo una vez más a un lugar que ya dejó muchos recuerdos lindos. La súbita espera de más de dos horas es una invitación a rememorarlos. El aeropuerto, con su multitud y su presentísima iluminación, no promueve el descanso y mi aburrimiento y sueño buscan refugio en algo que me conecte con la promesa de un bienestar conocido. Pongo música brasilera.
Suena Linha do Ecuador, de Djavan. Luego Disculpe ó aué, de Rita Lee. Estrela, de Gilberto Gil. Velha Infancia de Tribalistas cede paso a Maritmo, canción que da nombre al cuarto disco de Adriana Calcanhotto. Así como está escrito: Maritmo. Mar-ritmo, conjunción explicitada en la página de Wikipedia del álbum, leo.

Lanzado a mediados de 1998, se trata de catorce temas en su mayoría compuestos por Calcanhotto, los cuales me acompañan desde que tengo memoria. Fueron escuchados en CD, computadora, MP3, iPod, teléfono, quizás en cassette. Canciones heterogéneas, cuya unidad sonora o conceptual no es tal sino una oportunidad para una artista con muchos influjos creativos de hacer uso de todos los posibles. Su tapa, con una foto de ella y un voluminoso vestido naranja girando sobre un fondo azulado, promueve a la vez una sensación de movimiento y quietud. Vorágine y calma. La sumatoria de sus cualidades me hace ubicar al disco en un lugar cercano a Bocanada de Cerati o a Ray of Light, de Madonna. También descubro en mi averiguación que el mismo abrió una trilogía de temática lógicamente marítima, la cual la brasileña continuaría varios años después.
Más tarde de lo prometido, el avión despegó conmigo en él. Ya era un incipiente día cuando arribó a Florianópolis. Las horas de sueño fueron muy pocas y sin embargo, la jornada tuvo su necesaria dosis de mar. Tan sólo hizo falta conectar con lo que me rodeaba para que los momentos más dulces del disco, en orden aleatorio, resonaran en mi cabeza. La melodía descendente y pegadiza de Mais feliz, la introducción de Por isso corro demais, el ingreso de la voz de Adriana en Quem vem pra beira do mar, canción de Dorival Caymi que canta junto a él…
Atardece. La estadía en la playa concluyó con este pensamiento: me gustan mucho los álbumes donde conviven y se entrecruzan sonidos propios de la tierra de su creador con lo que este absorbió de la música proveniente de otros lugares. Spinetta lo consiguió con El jardín de los presentes, dándole unas vueltas de tuerca argentinísimas al rock anglosajón. David Byrne, junto a Brian Eno y los Talking Heads, patearon el tablero norteamericano llenando a Remain in light de afrobeat y canciones que inducen al trance. A Rosalía no le quedó nada por combinar en Motomami, un ejemplo más reciente. En Maritmo, los timbres y cadencias netamente brasileñas nadan entre las tendencias internacionales del momento con muchísima soltura. Beats de triphop sonando por detrás de una bossanova, instrumentaciones de samba enrareciendo lo que podría ser un tema de rock alternativo. La prosa de Calcanhotto también entiende de mixturas, utilizando términos foráneos o ubicando elegantemente entre las frases de Vambora, el hit más universal del disco, nombres de novelas de Ferreira Gullar y Manuel Bandeira, reconocidos autores locales.

El tramo final del regreso a nuestro alojamiento, pateando por las veredas finas de Barra da Lagoa, tuvo en cambio la musicalización del lado más descarado del álbum. Los scratches y el teclado house de Pista de dança, la batucada en Vamos comer Caetano con samples de su homenajeado. La enumeración de adjetivos y de formas de bailar en la reversión de Cariocas y en Dançando, respectivamente. Se hizo de noche en la vida y en el disco.
La música junto a la que uno crece puede erosionarse fácilmente en el camino que lleva a ser quien uno es en el presente. Como si parte de la actualización constante que es madurar le quitara validez a lo que disfrutamos antes de ser conscientes de ese proceso. Estas canciones, impunes, lograron renovarse en mi percepción más de una vez y llegar al hoy quizás con más potencia que nunca.
En casi casi cincuenta minutos, Maritmo provee de localía a un turista bañándolo de Brasil, dialogando a la vez con su origen y con el mundo. Calcanhotto -más tarde capaz de, bajo el nombre Partimpim, hacer hermosa música "para chicos" y de dar clases de poesía en la Universidad de Coimbra, Portugal- despide la sonoramente infinita década de los noventa con una obra fluida, texturada, cambiante como el mar mismo. Adriana tiene la sensibilidad suficiente para conseguir ser, en simultáneo, profunda-divertida-intelectual-intrépida-honesta-curiosa. Una mujer con varias pieles superpuestas.
Duermo mucho. A la mañana siguiente, descansado y sabiéndome con aún varios días de vacaciones por delante, pongo el disco mais uma vez.

Emilio Catalán