25/11/2024
 Ya en sus años veinte, el nuevo siglo pareciera haber dejado atrás la sensación transicional que aún mantenía al anterior, culturalmente, a la vuelta de la esquina. La consolidación de una identidad de época, en algunos aspectos difícil de asimilar, trae aparejada también la transformación de los lenguajes artísticos.
 Da la impresión de que el presente dejó de tomar carrera y pisó el acelerador. Creo que este fenómeno está agudizando ciertas tendencias del quehacer musical y su consumo. Por un lado, la nostalgia: convertida en propuesta cultural, tiene su mayor oportunidad como eje de convocatoria. Se expresa con una serie de reapariciones (¡vuelve tal!) que funcionan como un espasmo anti-actualidad (o bien un refugio de pertenencia), cuyos protagonistas aceptan que su ya asegurada trascendencia no requiere una renovación artística, al menos por ahora. Grupos y artistas más recientes son también quienes pueden alimentar esta postura, haciendo de su identidad sonora una propuesta relatable, en línea con la tradición y lo ya celebrado del patrimonio musical que heredaron. La posible reinterpretación del mismo se ve resignada por la tentación de sólamente reivindicarlo, asegurando así un público y, nuevamente, una pertenencia.  
 Por otro lado tenemos al ritmo ultra vertiginoso del hoy, que ha generado una visión menos procesal de las cosas. Como nunca, se están promoviendo escaladas exponenciales y prematuras de todo aquello que la interesada y espumosa voz de las redes y el mercado califiquen como bueno. Ante esto, los creadores súbitamente venerados suelen ser víctimas de una desconexión tanto con ellos mismos como con lo que dan a esa multitud insaciable. Antes de poder terminar de conocerse, los músicos de este tiempo deben lidiar con la presión de revalidarse ante el mundo que los consagró. No es fácil afrontar el desafío de satisfacer a un público que fagocita lo nuevo, sin que eso disminuya el desarrollo de una búsqueda personal y una creatividad más genuina.
 ¿Es posible, entonces, el reconocimiento de un ayer sin entregar el hoy, y que ese hoy no cargue con la tremenda exigencia de la relevancia constante? Sí.
Ni bien me adentré en Radiohead, durante la pandemia y su angustia, sentí que había dado con algo que iba a atravesarme. Más de cuatro años después, es poco lo que me queda de la banda sin haber exprimido. Eso no impide que siga disfrutando de sus canciones y discos profundamente. A la vez, ese monstruo que parecía de inagotable evolución y creatividad lleva ya más de ocho años sin un disco nuevo. Cómo oyente, aún no fui testigo más que del relanzamiento por el 20° aniversario de Kid A y Amnesiac -obras que atestiguan, junto a Ok Computer, el cambio de milenio-, el cual solo puede verse como una forma de celebrar, retocar y expandir una era musical que ya no es esta. 
 Y la que sí es esta, con los integrantes del conjunto atravesando la mediana edad, tiene a su líder Thom Yorke con varios álbumes solistas bajo el brazo, música para series y películas como hace también Johnny Greenwood -el otro Radiohead de mayor actividad- y, recientemente, un grupo que volvió a reunir a ambos.
 “Ladies and gentlemen, we are called 'The Smile’. Not the smile as in ‘ahh’, more the smile as in, the guy who lies to you every day…”. Con esas cercanas palabras, Thom presentó su nuevo proyecto en el marco de un festival de Glastonbury virtual atravesado por el COVID, al igual que mi descubrimiento de su banda previa. Acompañado del mencionado Greenwood y del súper creativo baterista Tom Skinner, el cantante de este trío inesperado volvió a habitar la sinergia grupal en un contexto tendiente al aislamiento creativo. Dicha presentación incluyó varias de las canciones que luego saldrían en su primer disco, A Light For Attracting Attention (2022), y que también son parte de un potente concierto en vivo, editado y publicado ese mismo año.
 Al 2023 lo siguió el corriente año con no una, sino dos publicaciones, surgidas casi totalmente de las mismas sesiones. The Smile afianzó y expandió su identidad sonora con sendos álbumes de estudio. En ellos, todo pareciera haberse profundizado en relación al disco debut. Hasta los artes de tapa, hechos en colaboración por el propio Yorke y el artista plástico Stanley Donwood, presente en la expresión visual del músico desde los días de Radiohead. A pesar de numerosos momentos geniales, dicho debut no logra la fluidez como obra o la audacia que sí alcanzan las posteriores. Wall of Eyes y Cutouts dan la sensación de haber tomado lo positivo del inicio y animarse a pulirlo, a la vez que lo deforman. 
 El delay en la equitativamente maníaca y criteriosa guitarra de Greenwood, se hace presente en varios temas a lo largo de los tres discos (Thing Thing, Under Our Pillows Zero Sum), pero de formas progresivamente más particulares, más intrépidas, a veces como riff y en otras como una idea apenas esbozada que termina siendo la cigota de la canción. Esto último se da en más de una pieza y con distintas instrumentaciones que comparten eso: la liquidez en los componentes que luego la consolidan, como un hielo que sólo se congeló por fuera. Bending Hectic, más allá de su cruento y demorado desenlace, es un gran ejemplo. O I Quit, una canción que además de inexplicable e hipnotizante, habita la calma de una forma muy particular, como también ocurre en Instant Psalm
La claustrofobia voluntaria de algunas composiciones de Yorke contrasta con la espacialidad que proyecta sobre el nuevo material la constante adición de cuerdas y sonidos sintetizados a la base orgánica del grupo. La expansión resultante desarrolla en cada tema un clima y paisaje particular. En añadidura, son varias las veces que las disonancias voluntarias y la impredictibilidad de su compás, raramente en 4/4, participan en promover una sensación más inestable, sobre todo en las primeras escuchas. 
 La creatividad rítmica y la tendencia a construir grooves extraños (pero grooves al fin, con elementos del jazz y de la música afro) por parte de Skinner enriquece a las canciones, a la vez que aporta a la diferenciación identitaria con Radiohead, por momentos menos clara que en otros. A fin de cuentas, se trata de dos bandas que comparten líder, guitarrista y arreglador, y cuya inercia creativa va a estar presente en todo lo que hagan.
 De igual modo, el paso del tiempo encuentra formas de hacerse notar. La voz de Thom, siempre plagada de variantes, perdió lógicamente algo de su esplendor. En simultáneo, hay una percepción más general de su semblante que es resultado de el proceso del paso de años. Pareciera que ya dejó atrás la necesidad de componer desde una postura genial pero atravesada por un indicio de angustia. En su momento, Radiohead supo capitalizar esta densidad como parte de su identidad emocional. En The Smile, el aporte del cantante al grupo exhuma una liviandad y disfrute performático no tan habitual a lo largo de su trayectoria. En síntesis, la actual pareciera tratarse de la música de alguien que llegó a término consigo mismo y con la vida. 
 Este grupo está siendo una oportunidad para él, recopilando con frecuencia composiciones que no necesitan de la unidad conceptual o la impronta estilística particular de discos previos. Tampoco padecen la presión de ser la meticulosa adición al repertorio de una banda consagrada y víctima de su propia vara. The Smile es un proyecto exploratorio que permite a sus integrantes hacer uso de todas sus influencias musicales, y a sus oyentes prescindir de tener que mirar hacia atrás para encontrarse con música que resuena en la mente, en el cuerpo y en el alma. Ser creativamente contemporáneo a Thom Yorke es una alegría que, milagrosamente no necesita de Radiohead o de sus esfuerzos en solitario para subsistir. El británico confía en quien lo escucha y le da la posibilidad de apropiarse de una propuesta nueva, que no resigna la ambigüedad y los matices en tiempos donde pareciera que sólo se llega al otro a través de la explicitación y la hipérbole.
 Habitar el presente, éste presente, es desafiante para todos los artistas pero especialmente para los que no son un producto del mismo. Atravesar más de una época tiene algo de hazaña. Requiere una buena dosis de autoconciencia y un hambre de innovación que no es para cualquiera. Pensarse en etapas, confiar en los finales y en los cambios propios y ajenos.
Justo ahora y durante unos días más, Thom esta girando por Asia tocando canciones de todo su repertorio. Nuestro país no recibe una visita suya desde la gira del último disco de Radiohead, en 2018. Sólo queda esperar que no falte mucho más para, bajo el contexto que sea, poder volver a verlo traficando creatividad cuerpo a cuerpo.

Emilio Catalán 

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