06/02/2025
¿Qué mira la cámara de un ciego? Ayer leí la entrevista que Dick Cavett le hace a Borges en su estudio de Nueva York, en mayo de 1980. Borges, al hablar de cómo aconteció su ceguera, suelta una hermosa frase: “Sobrevino como un lento crepúsculo de verano”. En su misma respuesta, aclara que no ve oscuridad, sino una niebla luminosa, un poco gris y un poco azulada.
A las horas me surge la pregunta, ¿qué habrá visto en sus últimos destellos previos a la ceguera? Él explica que fue gradual, por lo que no hubo un instante de corte abrupto. Entre los rostros que se desvanecían y las letras borrosas, Borges no lo dice, pero fue creando algo nuevo: una forma de mirar.
La videncia se construye acorde a cómo uno comienza a mirar el mundo, sin ser consciente de lo que se elige observar. Serán incontables los factores que hacen guiar nuestra mirada. Viviendo en un mundo esencialmente visual, tratar de sistematizarla es imposible.
Pensemos un momento en la posibilidad de querer cerrar los ojos, por ejemplo, al color amarillo. Sería ridículo intentarlo. Alguien o algo debería ver antes que nosotros para poder avisarnos y así evitarlo. Debería cortarse todo tipo de espontaneidad. La visión es, quizás, el sentido más incontrolable que tenemos.
La ceguera se vuelve así una sistematización de la mirada. Quienes no ven nada se ciernen a la oscuridad absoluta; otros, como Borges, a nieblas azules y grises; otros, verán los rojos y quizás los tonos del sol.
Por lo tanto, al existir la ceguera, existe una posibilidad de limitación en el orden de lo visual. Podría hallarse cierto alivio en esta situación. El hecho de que la visión sea permeable -además de no ser perfecta- implica otra posibilidad: la de no ser observado. Si el ojo puede debilitarse, ¿por qué lo que es observado está tan seguro de estar allí?
Sin embargo, el mundo sigue ahí, en su presencia, existiendo. Y el intento de no ver se hace cada vez más difícil, porque no es el ojo humano el único que observa. La cámara, bendito objeto, no puede impedir su mirada.
El ciego que utiliza una cámara está observando ¿o las imágenes tomadas por Egven Bavcar no son fotografías? Siquiera imaginar un video grabado por un no vidente, el resultado que tendría. No es previsible. Aunque se le describa la imagen, incluso aunque pueda tocar un braile en una tabla indicando dónde está cada objeto; el cuadro que compone es único en su ceguera, porque la imagen es intransferible en su totalidad.
El horizonte de posibilidades es infinito. El ciego mira aunque no pueda mirar. En donde Borges veía una niebla azul grisácea quizás había un neón de un bar con el cielo detrás, o el asfalto de una calle con los zapatos de una señora. En la falta es donde se produce la imaginación. El ciego nunca podrá ver completa su mirada, pero es imposible que no observe.
A las horas me surge la pregunta, ¿qué habrá visto en sus últimos destellos previos a la ceguera? Él explica que fue gradual, por lo que no hubo un instante de corte abrupto. Entre los rostros que se desvanecían y las letras borrosas, Borges no lo dice, pero fue creando algo nuevo: una forma de mirar.
La videncia se construye acorde a cómo uno comienza a mirar el mundo, sin ser consciente de lo que se elige observar. Serán incontables los factores que hacen guiar nuestra mirada. Viviendo en un mundo esencialmente visual, tratar de sistematizarla es imposible.
Pensemos un momento en la posibilidad de querer cerrar los ojos, por ejemplo, al color amarillo. Sería ridículo intentarlo. Alguien o algo debería ver antes que nosotros para poder avisarnos y así evitarlo. Debería cortarse todo tipo de espontaneidad. La visión es, quizás, el sentido más incontrolable que tenemos.
La ceguera se vuelve así una sistematización de la mirada. Quienes no ven nada se ciernen a la oscuridad absoluta; otros, como Borges, a nieblas azules y grises; otros, verán los rojos y quizás los tonos del sol.
Por lo tanto, al existir la ceguera, existe una posibilidad de limitación en el orden de lo visual. Podría hallarse cierto alivio en esta situación. El hecho de que la visión sea permeable -además de no ser perfecta- implica otra posibilidad: la de no ser observado. Si el ojo puede debilitarse, ¿por qué lo que es observado está tan seguro de estar allí?
Sin embargo, el mundo sigue ahí, en su presencia, existiendo. Y el intento de no ver se hace cada vez más difícil, porque no es el ojo humano el único que observa. La cámara, bendito objeto, no puede impedir su mirada.
El ciego que utiliza una cámara está observando ¿o las imágenes tomadas por Egven Bavcar no son fotografías? Siquiera imaginar un video grabado por un no vidente, el resultado que tendría. No es previsible. Aunque se le describa la imagen, incluso aunque pueda tocar un braile en una tabla indicando dónde está cada objeto; el cuadro que compone es único en su ceguera, porque la imagen es intransferible en su totalidad.
El horizonte de posibilidades es infinito. El ciego mira aunque no pueda mirar. En donde Borges veía una niebla azul grisácea quizás había un neón de un bar con el cielo detrás, o el asfalto de una calle con los zapatos de una señora. En la falta es donde se produce la imaginación. El ciego nunca podrá ver completa su mirada, pero es imposible que no observe.

Fotografía de Egven Bavcar, artista esloveno ciego
En su libro Elogio de la sombra, Borges incluye el poema “Juan, I, 14”, en el que narra desde la voz de Cristo, presentándolo como un hombre que fue sometido a la existencia. Me gustaría retomar tres versos de allí:
He encomendado esta escritura a un hombre cualquiera;
no será nunca lo que quiero decir,
no dejará de ser su reflejo.
no será nunca lo que quiero decir,
no dejará de ser su reflejo.
Un no vidente está obligado a encomendar la descripción de una imagen a un otro. Inevitablemente, sus palabras tendrán el tinte propio de quien las enuncia. El ciego muchas veces mira mediante ojos que no son suyos. Para deducir por sí mismo, debe, en todo caso, inferir deductivamente a través de otros sentidos. El problema aquí yace en que no se infiere un instante: sin la visión, es imposible congelar lo efímero en la multiplicidad.
Aquí entra, una vez más, el artefacto cámara. En la situación que se encuentre, la no videncia no podrá evitar que alguien dispare y la imagen se congele. Luego, aunque nunca se pueda acceder completamente a esa fotografía más que por la visión, el braille o la descripción ajena pueden llegar a reconstruir lo efímero. Lo único allí, quizás lo más bello, es que ese momento sí es propio del ciego, al menos en su elección, para que luego pueda ser traducido por otro. La cámara permite la elección propia del documento invisible, posibilita la apropiación de lo efímero.
Sería interesante preguntarle a Borges qué imagen recuerda de ese lento crepúsculo de verano. Que la describa a su manera más intensa, para ubicarnos a nosotros en el lugar del ciego, obligados a imaginar ese instante preciado.
Aquí entra, una vez más, el artefacto cámara. En la situación que se encuentre, la no videncia no podrá evitar que alguien dispare y la imagen se congele. Luego, aunque nunca se pueda acceder completamente a esa fotografía más que por la visión, el braille o la descripción ajena pueden llegar a reconstruir lo efímero. Lo único allí, quizás lo más bello, es que ese momento sí es propio del ciego, al menos en su elección, para que luego pueda ser traducido por otro. La cámara permite la elección propia del documento invisible, posibilita la apropiación de lo efímero.
Sería interesante preguntarle a Borges qué imagen recuerda de ese lento crepúsculo de verano. Que la describa a su manera más intensa, para ubicarnos a nosotros en el lugar del ciego, obligados a imaginar ese instante preciado.
Martín Suárez Failache